entresuelo




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Tiene los pechos dulces, y de un lugar a otro de su cuerpo hay una gran distancia: de pezón a pezón cien labios y una hora, 
de pupila a pupila un corazón, dos lágrimas. Yo la quiero hasta el fondo de todos los abismos, hasta el último vuelo de la última ala, cuando la carne toda no sea carne, ni el alma
sea alma. Es preciso querer. Yo ya lo sé. La quiero. ¡Es tan dura, tan tibia, tan clara!
Esta noche me falta. Sube un violín desde la calle hasta mi cama. Ayer miré dos niños que ante un escaparate
de maniquíes desnudos se peinaban. El silbato del tren me preocupó tres años, hoy sé que es una máquina. Ningún adiós mejor que el de todos los días a cada cosa, en cada instante, alta la sangre iluminada.
Desamparada sangre, noche blanda, tabaco del insomnio, triste cama.


J. Sabines

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